Si los británicos quisieran ganarían todos los Giros d’Italia, todos los Tours de Francia y todas las Vueltas a España.  Van en bici a todas partes: al trabajo, a casa, a comprar, al centro, al cine, a ver a los colegas, al parque… Y si el terreno fuese llano pues este punto se quedaría en la simple anécdota, pero no es el caso. Pendientes impracticables en las que los conductores de autobuses sudan sangre para poderlas subir; señales nevadas; calzadas heladas; carriles bici que aparecen, desaparecen, se unen con el carril bus, se desdoblan, se meten en la acera; señales sólo para ciclistas; autovías y vías rápidas; temperaturas gélidas; rachas de viento capaces de tumbar a viandantes; animales salvajes que se cruzan (ciervos, ovejas, vacas, erizos, patos, gansos y todo el reparto de Rebelión en la granja)… Da igual que llueva, que nieve o que granice. El ciclista británico es el puto amo y te da veinte patadas a ti, a mí y al profe de tu pueblo que hacía todos los días 20 kilómetros en bici para ir al instituto a dar clase.

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El británico no se pone moreno: se pone rojo. Lo veréis en España siempre que queráis. Da igual que tú vayas con el abrigo por tu ciudad porque el termómetro marque 15 grados y quieras llegar a casa para echarte en el sofá y taparte con la mantita. Si te cruzas con un británico verás que va vestido de verano: pelo engominado, gafas de sol, camisa de manga corta (a veces camiseta), pantalón corto y como calzado voy a romper una lanza a favor de los ingleses: no sólo llevan chanclas con calcetines blancos; a veces en su lugar llevan zapatillas de deporte… con calcetines blancos. ¿Y qué es lo que resalta sobre todo este atuendo? Ese resplandor rojizo que emana de su piel, ese rojo casi radiactivo, ese tono que deslumbra si lo miras directamente bajo la luz del sol, ese color que duele con tan sólo mirarlo porque tiene efecto sinestésico, que te lo imaginas en tus carnes y te preguntas en qué reactor de Chernóbil trabajó ese hombre y por qué no grita como Jesucristo en la Pasión de Mel Gibson. Y tú te preguntas: ¿de dónde coño habrá sacado ese anticipo de cáncer de piel si yo voy tapado con la chaqueta hasta las orejas? Yo creo que es algo que comen en su país, alguna cosa presente en su agua, en sus refrescos o en el chocolate. La semana pasada visité a mis amigos en Colchester, estuvo soleado durante 4 días (ya tienen casi el cupo anual de sol) y las partes de mi cuerpo que estuvieron al sol cobraron un tono parecido al rojizo chillón. Era un rojo que no había visto en mi vida en mi piel, y eso siendo del sur y habiéndome quemado en la playa y en la montaña en infinidad de ocasiones ya dice mucho. Sea como fuere, por caridad y porque en el fondo somos todos hermanos europeos, yo propongo que en el control de pasaporte de los aeropuertos les regalen protección solar factor 30 por lo menos. A mí es que me duele en el alma cuando los veo del color del marisco cocido. Y sé que a vosotros también.

La moda para los ingleses no es un concepto social, sino meramente matemático y estadístico.Cada uno viste como le da la real gana y nadie mira raro a nadie por ello. Eso tiene su punto bueno, y es que si un día no les queda ropa limpia, planchada o que les conjunte no se tienen que preocupar. Lo malo es que cuando salen del Reino Unido todo el mundo sabe de dónde son por cómo visten. Aun así, hay británicos que se visten bien; lo malo es que no son conscientes de ello y no saben aprovecharlo. Por el contrario, cuando un continental (esto es, un europeo del continente) va al Reino Unido suele ser fácilmente reconocible. Son los que suelen vestir bien, incluso para ir al supermercado.

Como durante el día hay tanta libertad a la hora de vestir, por la noche la libertad se convierte en libertinaje. Esto se aprecia sobre todo en las chicas/mujeres/féminas. Y pongo los tres términos porque da igual que te encuentres a una chavala de 14 años que a una señora de 65. Por la noche en cuanto a vestimenta prima el li-ber-ti-na-je. Que tú vas a una discoteca en España y sabes dónde están las gogós porque hay un reguero de babas y varias decenas de tíos borrachos alrededor. En el Reino Unido yo he cogido tortícolis de tanto cuellear. Llega un momento que no es que no sepas dónde mirar: es que no puedes mirar a tantas partes a la vez. A algunos continentales les ha llegado a explotar el cerebro debido a la sobredosis de información en tan pocos segundos. Salir de fiesta por la noche en el Reino Unido es como ir a la sección de las gogós de la discoteca, pero sin discoteca: las ves por la calle, por los parques, por las aceras, saliendo y entrando en los taxis, en el bus, en el McDonald’s, o en la SAMU haciéndole un lavado de estómago a un par de chicas. Van más desnudas que vestidas y además parece que hagan competiciones para ver quién viste más indecente y provocativa. No me parece mal. Quiero decir que si alguna vez tuve algo de inocencia la perdí por el camino. Que se vistan como así no es ni bueno ni malo; es lo que hay: se visten menos que más. Y los tíos lo disfrutamos. De todas formas, de esto se suelen librar las inglesas que han recorrido mundo: las que se han ido de Erasmus a algún país de Europa, las que han vivido fuera del Reino Unido, las que, en definitiva, han podido comparar con otras culturas y se han dado cuenta de que para salir de fiesta no tienen por qué competir por quién se viste con menos ropa.

Así como las tías tienden a vestirse con modelitos mínimos cuando van de fiesta, la probabilidad de que un tío se desnude cuando va borracho siempre tiende a 1. Además esto es como el trabajo de campo de un ornitólogo: tan sólo hay que esperar y observar hasta que el ave hace acto de presencia. Cuando están tan cocidos que no pueden más les basta un impulso mínimo para despelotarse delante de todos y hacer el cabra. Lo he visto más veces de las que hubiera deseado, y es algo científico. Todo británico que se precie de serlo debe tener un tatuaje, celebrar el Poppy Day y haberse desnudado alguna vez en frente de todo el mundo estando borracho.

Si buscáis la palabra persiana en un diccionario español-inglés os encontraréis con la palabra inglesa blind. De ello se podría deducir que decir persiana en español es lo mismo que decir blind en inglés. Quizá os lo hayan enseñado en el colegio o quizá ya lo hubierais buscado por vuestra cuenta. Bueno, pues esa es una de las grandes mentiras que jamás os han contado, junto con la traducción de la palabra pan. Una persiana en español no es una blind en inglés, nunca lo ha sido y desgraciadamente me temo que nunca lo será. ¿Para qué tenemos persianas en España? Exacto, para que no entre la luz. ¿Para qué tienen blinds en el Reino Unido? Pues yo aún no lo sé, porque luz entra la misma, y despertarte a las cuatro y media de la mañana en primavera porque la luz inunda tu cuarto es una putada y de las grandes. He conocido a ingleses que tras haber vivido en España se han hecho una casa en Inglaterra con persianas españolas importadas adrede. ¿Por qué? Porque con persianas duermes; con blinds dormitas, y no es lo mismo ni de lejos. Con persianas duermes hasta las 2 de la tarde los domingos, que es cuando tu madre te despierta para comer paella y tú abres un ojo y te echas la mano a la cabeza de la resaca que tienes. ¿Os lo imagináis con blinds? Dios, es una pesadilla hecha realidad: ¡la privación de oscuridad!

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En Inglaterra no venden insecticidas. España tenemos abejas, avispas, moscas y mosquitos, y los matamos a todos con insecticida. En el Reino Unido también tienen abejas, avispas, moscas y mosquitos, pero de un tamaño tal que parecen sacados de Jurassic Park. ¿Y sabéis qué es lo mejor? Que no hay insecticidas. Bueno, puede que los haya, pero yo he estado viviendo ahí mis buenos meses y buscándolos adrede en los supermercados y no los he encontrado. Que vosotros diréis que es porque son muy ecológicos y no les gusta andar gaseando la casa. Mentira cochina y gorda, porque luego vas al supermercado y te encuentras un pasillo enorme que se extiende hasta las vastas llanuras yermas de Mordor con cientos de miles de millones de ambientadores en spray… ¡Y ni un puto insecticida! ¿Y qué pasa cuando un mosquito español te pica? Pues que te sale un grano y te pasas casi una semana cagándote en el ayuntamiento de tu pueblo porque no fumigan las charcas. ¿Y qué pasa cuando un mosquito británico te pica? Pues que no te pica: te muerde, te mastica, te roe y te escupe y acto seguido tienes que ir al botiquín a por compresas para parar la hemorragia. Maldita sea, que no sé de qué experimento militar han salido los mosquitos ingleses, pero esos bichos no son de este planeta.

Tienda de comestibles: grocery. Carnicería: butcher’s. Pescadería: fish monger. Tienda de muebles: furniture shop. Droguería: chemist’s. Tienda de ropa: boutique. ¿Os acordáis de cuando estudiasteis todas estas palabras en el colegio/instituto? Quedaba bien sabérselas. Decíais: jo, así cuando vaya a Inglaterra sabré dónde comprar cada cosa. Bueno, pues bienvenidos a la realidad: esas palabras son MIER-DA. ¡Esos sitios no existen desde hace décadas! En mi vida he visto un butcher’s, una fish shop o una chemist’s. ¿Queréis una tienda de comestibles? Supermarket. ¿Una carnicería? Supermarket. ¿Una pescadería? Lo más parecido es… exacto, supermarket. ¿Una tienda donde comprarte una mesa y unas sillas? Jo, me habéis leído la mente: supermarket. ¿Necesitáis antibióticos porque tenéis a la parienta con gripe? Ni se os ocurra ir al médico o a la farmacia: vosotros lo que necesitáis es ir al supermarket. Vaya, se me han roto todos los calcetines y como no sé coser los he tirado todos y necesito otros nuevos: ¿voy a una tienda de ropa? ¡No señor! ¡Vas al supermarket! Supermarket, supermarket, supermarket, supermarket. Si necesitáis algo, id al supermarket. Lo que sea. Un cinturón nuevo, un móvil con cámara de 5 megapíxeles, un paquete de tabaco, sellos, cojines para los sofás, un mando de la tele universal, una libreta de rayas con gusanillo tamaño folio, unas gafas, aciclovir para el herpes labial que me salió el lunes (a saber qué hice el sábado por la noche) o condones con estrías porque esta noche viene la churri a mi casa: su-per-mar-ket.

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Además te dan de todo. ¿Necesitas una bolsa de plástico? Pam, aquí tienes, abierta, y si quieres más las pides que son gratis. ¿Que te mola el rollo Greenpeace y no te molan las bolsas de plástico? Pues aquí tienes estas que también son de plástico pero que valen 5 céntimos cada una y que cuando se te rompen te las cambiamos por otras nuevas totalmente gra-tis y para toda la vida. ¿Tienes 85 años y vas a hacer la compra en una silla de ruedas motorizada porque la última vez que tus hijos se acordaron de ti fue para regalarte la motoreta? Mira, aquí tienes a este chico tan majo que cobra el sueldo mínimo y cuya única función va a ser acompañarte por todo el supermercado echando lo que tú le digas al carro, metiendo tu compra en bolsas y llevándotelas hasta el coche o si te apuras hasta tu casa. ¿Quieres pagar con tarjeta pero además necesitas efectivo porque no hay un solo cajero en 5 kilómetros a la redonda? Pues no pasa nada, hacemos esta cosa tan maja que llamamos cash-back : tú nos dices cuánto dinero quieres, te lo cobramos en la tarjeta junto a la compra y te lo damos en efectivo. En serio, el centro de la sociedad británica no es el teatro ni la televisión, ni siquiera la cerveza; el centro que unifica a toda la sociedad británica es el supermercado, donde grandes y pequeños, ricos, menos ricos y casi pobres se reúnen como hermanos ante el altar de la línea de cajas.

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Si tú quedas con tus amigos un fin de semana y te vas a la montaña ¿qué haces para comer?Exacto: una barbacoa. Con sus chuletitas, sus longanizas, sus morcillas, chorizos, la patata y la cebolla asada en la brasa… Suena bien, ¿verdad? Pues no, no suena nada bien, porque luego viene el Seprona y te mete una multa por hacer fuego en el monte que se te caen los huevos al suelo. Bueno, está bien, cambiemos de escena: digamos que estamos en la playa, en una playa con poca gente y queremos pasar el día ahí. ¿Cómo comemos? ¡Coño, barbacoa! Pues no, porque viene la Guardia Civil y te pone una multa por hacer fuego en la arena que se te caen los huevos al suelo. Conclusión: si quieres barbacoa te la haces en tu casa. Pero no vayas a hacer mucho humo no vaya a ser que los vecinos llamen a los municipales y te llegue una multa del Ayuntamiento que te haga caer los huevos al suelo.

 

Ahora cambiemos no sólo de escena sino de acto. Acto II, Escena I: en un lugar indeterminado del Reino Unido, día soleado, con amigos o familiares, ambiente distendido, casi festivo. Sacas tu barbacoa que has comprado en el supermercado por 5 libras, una barbacoa de usar y tirar, con su pastilla de encendido y su carbón incorporado. La colocas en el suelo, la enciendes, esperas unos minutos a que el carbón se convierta en brasas y empiezas a asar la carne que has comprado: hamburguesas, salchichas y… bueno, seguro que hay algo más que se pueda asar por aquellos lares.

El caso es que da igual que lo hagas en la playa, en medio del monte, en un parque público o en la puerta de tu casa en medio de la calle. ¿Quieres barbacoa? Tienes barbacoa. Todo el mundo hace barbacoa, todo el mundo va a barbacoas. Si no hay barbacoa no hay fiesta en la playa.

El último punto. El punto final. Por ahora. Seguro que se me ocurren más cosas. Seguro que se os ocurren algunas que a mí se me pasaron inadvertidas. Pero reservo este último punto para redondear, para justificar. Para explicar que cada cultura tiene su idiosincrasia, su forma de ser, de pensar y de actuar, su núcleo que pasa inadvertido para sus nativos pero que es lo primero que nos llama a la atención a los foráneos. Es eso precisamente lo que los hace únicos, especiales, lo que nos invita a quedarnos, a conocerlos, a intentar comprenderlos. Algunas cosas las asimilamos, las hacemos nuestras. Otras sin embargo nos parecen diametralmente opuestas a nuestra razón de ser y las rechazamos de pleno. No obstante, hacer esto es un ejercicio excepcional de observación, algo que necesitamos hacer todos los que tenemos lazos con una cultura distinta a la nuestra. Si no fuera por todos estos elementos, las culturas ajenas no nos resultarían atractivas, no tendrían ese sabor excitante de descubrimiento y no podríamos experimentar esa sensación de apego afectivo, esa impresión emocional que muchas veces se torna en amor y pocas veces odio. Es esto lo que nos hace volver, lo que nos obliga a buscar vuelos baratos, lo que nos mueve a estrechar lazos con los autóctonos y mantener los lazos ya establecidos. Porque es entonces cuando te das cuenta que la verdadera riqueza no está en lo que puedes poseer, contar o medir, sino en quién puedes contar, qué puedes aprender de ellos y qué te pueden aportar en la vida.

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Extraído de “Reflexiones gratuitas de un neofilólogo